Laura Domínguez
La expresión
“dificultades de aprendizaje”, se ha consolidado a través del
tiempo y remite a múltiples situaciones que vive un individuo ante
la experiencia de aprendizaje. El abanico es amplísimo y remite a
diversas dimensiones: físicas, neurológicas, emocionales
(congénitas o adquiridas). No siempre esas dimensiones se abordan de
manera integral. Esto genera una especie de “babelismo” en que
médicos, psicólogos, docentes, familias, instituciones no logran
entenderse. En ese mar de des-entendimientos el estudiante suele
perder confianza en sí mismo, lo que deriva muchas veces en la
(auto)victimización que coarta deseo y voluntad, ingredientes claves
para el aprender. En esa confusión babélica, unos depositan la
“culpa” y/o responsabilidad en otros. Y el diálogo, de ese modo
no se instala.
Más difícil es
visualizar (más allá de los análisis críticos a las instituciones
educativas que se vienen realizando desde los años sesenta del siglo
pasado), los obstáculos o trampas organizacionales que son en sí
mismas generadoras de dificultades a modo de ejemplo, cursos al
inicio de la carrera que actúan como “filtro”, sistemas o
modalidades de evaluación no explicitadas previamente.
Desde sus inicios, tanto
la medicina como la psicología han centrado su mirada en los
llamados por entonces “anormales” y desde ese paradigma, que
parte de una construcción acerca de la normalidad, se han
constituido mitos y supuestos que perduran hasta nuestros días a
pesar de ulteriores desarrollos disciplinares.
Goffman ha mostrado cómo
el “estigma” funciona en la relación entre individuos y
organización. Esa relación va configurando lo que autores como
Loureau han denominado institución. De ahí que ya no sea lo mismo
hablar de organización que de institución educativa.
Desde las Ciencias
Humanas, enfoques antropológicos y filosóficos han ido
constituyendo una perspectiva que pasa de la concepción de individuo
a la de sujeto.
Es así que para pensar
el tema -que llamaremos provisoriamente “dificultades de
aprendizaje”- y para actuar en relación al mismo, nos situaremos
no desde la perspectiva del individuo etiquetado como portador de una
dificultad ni tampoco en la organización como un lugar que ofrece
meramente obstáculos para la inteligencia. Nos interrogaremos desde
la idea de institución, de sujetos y de la relación entre ambos, de
la diferencia; en fin, de lo que entendemos como “el otro”.
Quizás habría que
considerar también aquello que Alicia Fernández denomina “los
idiomas del aprendiente” y revisar los conceptos de “fracaso y
éxito” en educación.
Esto nos lleva a poner en
juego la noción de justicia e interrogarnos acerca de qué
posicionamiento teórico en relación a este tema inspira las
diversas posturas pedagógicas vigentes, incluso las implícitas.
Por último nos
preguntamos si la identidad cervantina se definía por su condición
de “manco de Lepanto” -que ni tan manco era- o por su
subjetividad con todo su potencial creador.
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